Carl Gustav Jung (AFI: ˈkarl ˈgʊstaf ˈjʊŋ) (Kesswil, cantón de Turgovia, Suiza; 26 de julio de 1875-Küsnacht, cantón de Zúrich, ibidem; 6 de junio de 1961) fue un médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis; posteriormente, fundador de la escuela de psicología analítica, también llamada psicología de los complejos y psicología profunda.
Se le relaciona a menudo con Sigmund Freud, de quien fuera colaborador en sus comienzos. Jung fue un pionero de la psicología profunda y uno de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el siglo xx. Su abordaje teórico y clínico enfatizó la conexión funcional entre la estructura de la psique y la de sus productos, es decir, sus manifestaciones culturales. Esto le suscitó a incorporar en su metodología nociones procedentes de la antropología, la alquimia, la interpretación de los sueños, el arte, la mitología, la religión y la filosofía.
Jung no fue el primero en dedicarse al estudio de la actividad onírica. No obstante, sus contribuciones al análisis de los sueños fueron extensas y altamente influyentes. Escribió una prolífica obra. Aunque durante la mayor parte de su vida centró su trabajo en la formulación de teorías psicológicas y en la práctica clínica, también incursionó en otros campos de las humanidades, desde el estudio comparativo de las religiones, la filosofía y la sociología hasta la crítica del arte y la literatura.
Carl Gustav Jung nació en 1875, en Kesswil (Suiza), un pueblo junto al lago Constanza en el cantón suizo de Thurgau. Seis meses después de su nacimiento, la familia se trasladó a Laufen (junto al Rin), arribando finalmente en Kleinhüningen, junto a Basilea, en 1879.
Formará parte del seno de una familia de ascendencia alemana y de tradición religiosa. Su padre era pastor luterano dentro de la Iglesia Reformada Suiza, y sus padres pertenecieron a dos importantes familias de la Basilea del siglo XIX.
El abuelo paterno de Jung, Karl Gustav Jung (1794-1864), médico exiliado de Heidelberg, organizó la facultad de medicina de la Universidad de Basilea, donde enseñó anatomía y medicina interna, y la ampliación de su hospital general. Todo esto gracias a su relación de amistad con A. von Humboldt. Sería también el rector de dicha universidad, conocido dramaturgo y gran maestre de los francmasones suizos. También dirigió una institución psicológica para niños con déficits psíquicos.
El abuelo materno, Samuel Preiswerk (1799-1871) fue arcipreste de la iglesia de Basilea, filólogo autor de una gramática hebrea, y precursor y promotor del sionismo. El Romanticismo estaba continuamente presente en el hogar, con aparición de espectros y demás fenómenos parapsicológicos.
El padre de Jung, Paul Achilles (1842-1896) abandonó su carrera de filólogo en lenguas semíticas para ejercer como clérigo en una iglesia reformada suiza. Ampliaría su labor en la clínica psiquiátrica Friedmatt de Basilea desde 1888. Fallecería meses después de que Jung iniciara su carrera de medicina en la Universidad de Basilea.
Su madre Emilie Preiswerk (1848-1923) se caracterizó por tener una personalidad marcadamente disociativa que determinó enormemente el rasgo intuitivo de Jung.
Un primer hermano de Jung, Paul, nacido en 1873, fallecería al poco tiempo. En 1884, y con nueve años de diferencia, nacerá su única hermana, Johanna Gertrud, que moriría en 1935.
De niño fue introvertido y muy solitario. Aunque la relación con sus progenitores era muy próxima y afectuosa, desde temprano sentiría cierta decepción por la manera en que su padre abordó el tema de la fe, a la que consideraba tristemente precaria.
Jung no era, sin embargo, hostil a la religión, sino que por el contrario declararía que el ser humano es religioso "por naturaleza"misticismo.
y en su trayectoria resaltaría el valor de la experiencia religiosa para el entendimiento de la mente humana, rescatando simbolismos de la tradición cristiana y reinterpretándolos desde su perspectiva psicológica. Por esto mismo, la religiosidad fue uno de los objetos principales de su estudio, y más tarde mostraría interés por elDurante su adolescencia y juventud fue un lector entusiasta, especialmente cautivado por la obra literaria de Goethe. También era profundo su interés por los ensayos de filósofos como von Hartmann y Nietzsche. En su autobiografía, describe el acercamiento a la obra de este último Así habló Zaratustra como una experiencia conmocionante, solo comparable a la inspirada por el Fausto de Goethe.
Jung anhelaba estudiar arqueología en la universidad, pero su familia carecía de recursos para enviarlo más lejos de Basilea, donde no dictaban esa carrera, por lo que (contra los deseos de su entorno) decidió estudiar medicina en la Universidad de Basilea, entre 1894 y 1900, y pudo ingresar en una asociación estudiantil, la Zofingia, a la que ya había pertenecido su padre. El estudiante, antes introvertido, se volvió mucho más vívido en el nuevo contexto académico. En 1898 comenzó a reconciliarse con su futura profesión de médico con la convicción de que debía especializarse. Disponía de dos opciones: cirugía o medicina interna.
Se conformaría finalmente con la modesta posibilidad de trabajar como asistente en un hospital local con la finalidad de evitar contraer deudas para poder estudiar.
Durante las vacaciones de verano, acontecieron dos sucesos los cuales irían conformando el destino y evolución profesional de Jung. La rotura por la mitad de una mesa redonda de nogal, con setenta años de antigüedad, en presencia de su madre, hermana y criada, y catorce días después, un aparador, mueble originario del siglo XIX. En su interior se hallaba la cesta del pan, rectangular, dispuesta de tal modo que en una esquina se encontraba el mango del cuchillo y en las otras tres, los tres trozos en que había quedado dividido el utensilio. Descartándose causalidades al uso, supieron de ciertos familiares inmersos en prácticas espiritistas, y de una médium de poco más de quince años, los cuales decían querer ponerse en contacto con él.
Todo ello atrajo el interés de Jung, generando a lo largo de dos años la elaboración de su propia tesis doctoral Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos (Zur Psychologie und Pathologie sogenannter okkulter Phänomene), realizada con el profesor Eugen Bleuler en la facultad de medicina de la Universidad de Zúrich en 1902. Aun cuando se aludía a una tal «señorita S. W.» en realidad se trataba de su prima Hélène Preiswerk.
Hacia el final de sus estudios, el profesor Friedrich von Müller propuso a Jung ser su ayudante en Múnich. Todo parecía inclinarse hacia la práctica de la medicina interna, si no fuera porque la mano del destino unida a la curiosidad le hicieron ojear el Manual de psiquiatría del psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing.
El 10 de diciembre de 1900 ocuparía su puesto de ayudante en la clínica psiquiátrica de Burghölzli durante tres años, dejando atrás Basilea y marchando gustoso a Zúrich. Como comentará, «durante medio año me encerré para habituarme a la vida y al espíritu de un manicomio y me leí los cincuenta volúmenes de la Revista general de Psiquiatría desde sus orígenes, para conocer la mentalidad psiquiátrica». «En tales condiciones comenzó mi carrera de psiquiatra, mi experimento subjetivo del cual nació mi vida objetiva».
Ante la pregunta «¿qué sucede en la enfermedad mental?», Jung se encontrará por entonces, dado el estado de avance de la disciplina a inicios del siglo XX, con una labor de abstracción de la personalidad enferma y un reduccionismo dirigido a diagnósticos, descripción de síntomas y estadísticas.
La psicología del enfermo mental y su correspondiente individualidad implícita eran inexistentes.
De ahí que el posterior encuentro con Sigmund Freud le ayudase a revertir dicha tendencia, sobre todo a través de la psicología de la histeria y del sueño. Freud insertaba en la psiquiatría cuestiones de la psicología, aun siendo realmente neurólogo. El síntoma para Freud era algo diferente que para la psiquiatría tradicional.
Será en este contexto donde comience a elaborar y aplicar su famosa prueba de asociación o experimento de asociación de palabras que lleva su nombre, recordando con ello el caso de una joven melancólica e infanticida, diagnosticada de esquizofrenia o dementia praecox grave. El resultado obtenido catorce días después fue el alta hospitalaria y que nunca más fuera internada.
Recapitula Jung diciendo que la verdadera terapéutica comienza con la investigación de la «historia personal secreta» de la persona aquejada por su enfermedad; su averiguación debe remitir al profesional hacia lo consciente, pero también, y sobre todo, a lo inconsciente, con lo que el ensayo de asociación, la interpretación de los sueños y el contacto humano con el paciente son de vital importancia. Todo diagnóstico debe ir acompañado por tanto de dicha historia personal antes de recabar en la correspondiente solución psicoterapéutica.
En 1905 se doctoró en psiquiatría, pasando simultáneamente a ser médico jefe de la clínica psiquiátrica de la Universidad de Zúrich durante cuatro años, hasta su renuncia en 1909, debido al exceso de trabajo. Conservaría sin embargo su cargo de profesor auxiliar hasta 1913. Por entonces focalizaba su interés en psicopatología, psicoanálisis y la psicología de los pueblos primitivos.
Se interesó a su vez en la hipnosis, así como en las figuras de Pierre Janet y Théodore Flournoy.
El caso de la dama de cincuenta y ocho años en apariencia curada milagrosamente de su parálisis dolorosa en la pierna izquierda y en su espalda convenció a Jung de la inoperancia real de la hipnosis al descubrir que ésta podía explicarse en su mayor medida por la teoría de la transferencia. Y es que la madre proyectaba en la figura del psicoterapeuta el «ideal» de un hijo aquejado psíquicamente y que además se ubicaba en la propia clínica.
El hecho de obrar a ciegas, y su consecuente incertidumbre, además de incluir una postura «directiva» indeseada, hizo que Jung, al igual que hiciera Freud, descartase la hipnosis como método terapéutico y se dirigiese hacia la interpretación de los sueños y de otras manifestaciones de lo inconsciente.
De 1904 a 1905 fundará en la clínica psiquiátrica un laboratorio de psicopatología experimental, de donde surgirán tanto la prueba de asociación como los experimentos psicogalvánicos, para ser posteriormente invitado, en 1909, por la Universidad de Clark a exponer sus trabajos. También Freud sería invitado de modo independiente, recibiendo ambos el grado de doctor honoris causa.
Por entonces se iniciarían sus sospechas respecto del origen «psíquico» de la esquizofrenia. Diversos casos, sobre todo el de Babett S., le llevarían incluso a comprender por vez primera el lenguaje de las personas aquejadas de dementia praecox.
Enfatizará Jung la imposibilidad en dar una respuesta terminante acerca del método analítico o psicoterapéutico ideal. La terapéutica en cada caso es distinta y la curación debe surgir del propio paciente de manera natural.
Se trataría en definitiva de un vis a vis, un diálogo entre dos personas que se interrelacionan e influyen mutuamente. Se eliminaría de este modo un hipotético desequilibrio en favor del médico «sano» frente al «enfermo» al cual se le va a aplicar una determinada metodología. Ello requeriría, por parte del terapeuta, alcanzar la madurez suficiente como para afrontar una psicoterapia, así como una apertura a toda expresión cultural que incluya la diversidad de lo humano: simbolismo, mitología, etcétera.
Es más prioritaria la comprensión individual que la confirmación teórica, y como conditio sine qua non, «el propio análisis individual del psicoterapeuta», o «análisis teórico», huyendo nuevamente de una aplicación metodológica aprendida. Se tendería así hacia la asimilación del conocimiento humano inmerso en un horizonte donde el alma incluye el mundo y sus concepciones colectivas dispersas en el espacio y en el tiempo. De lo contrario, la persona analizada perdería un fragmento de su alma, del mismo modo que el analista el fragmento de su alma que no aprendió a conocer. En definitiva, el analista debe dejar que su análisis le afecte personalmente, descartando metodologías e incrementando su propia autenticidad.
A dicha autenticidad debe unírsele el hecho de que muchos casos podrán alcanzar la cura solo si existe una entrega o renuncia absoluta a uno mismo, «entregarse con todo su ser»; el psicoterapeuta deberá decidir si implicarse o encerrarse en su propia autoridad.
Dada su implicación ineludible, no solamente debe atender la transferencia del paciente, sino también su correspondiente contratransferencia, es decir, cómo reacciona él mismo al proceso conjunto con el analizado, y todo ello desde dos vertientes: a nivel consciente y a nivel inconsciente, observándose a sí mismo, sus propios sueños, etc. De todo ello depende el éxito o fracaso del tratamiento, de ahí que cada terapeuta debería tener a su disposición el control ejercido por una tercera persona, para recabar así otro punto de vista. El mismo Jung alecciona a disponer «un padre o una madre confesora», preferentemente mujer debido a su «mayor capacidad para ello, su excelente intuición y oportuna crítica. Ven aspectos que el hombre no ve».
La relación entre analista y paciente puede generar en determinadas ocasiones fenómenos parapsicológicos, sobre todo ante la existencia de transferencia por parte del analizado, o una identificación inconsciente entre ambos.
No siempre es correcta la «cooperación» del psicoterapeuta con el paciente y sus afectos, a veces es necesaria una «intervención activa».
Respecto de los casos en que no resulta mejoría, todo juicio resulta difícil dado que muchas veces el efecto acontece al cabo de los años. «Un juicio sobre el “éxito” es difícil de emitir».
Para muchos pacientes de nuestros días a los que se les ha calificado de neuróticos, tal denominación resultaría innecesaria si viviéramos en épocas donde el ser humano se vinculaba a través del mito con el mundo del misterio, y a través de este con la naturaleza viva, aquella que no se contemplaba meramente desde lo externo. Tales «neuróticos facultativos» son víctimas del desdoblamiento anímico contemporáneo, no soportan «la pérdida del mito», ni la consecuente sustitución de la vivencia de la naturaleza por una cosmovisión externa definida en nombre de la ciencia, así como la confusión entre sabiduría y discurso intelectual. Su «cura» radica en cerrar el abismo entre el yo y lo inconsciente.
Desde el inicio de su carrera psiquiátrica se interesó por los estudios de Eugen Bleuler, Pierre Janet, y sobre todo, Sigmund Freud. La creación de un método de análisis de los sueños y su interpretación resultaron muy valiosos en la comprensión de la sintomatología psicótica.
A la edad de veinticinco años inició Jung la lectura de La interpretación de los sueños (Traumdeutung, 1900), confesando una insuficiente experiencia como para poder corroborar por entonces todas las teorías de Freud. Tres años después reinició su lectura y pudo ya hilvanar la relación con sus propias ideas. Especialmente dos:
En el contexto académico de aquella época, Freud era considerado persona no grata, con lo que Jung se hallaba en una difícil situación si pretendía hacer explícitas sus coincidencias y apoyar así la teorización freudiana. Podía proseguir con su propio trabajo y prometedora carrera sin Freud. A pesar de todo «me declaré públicamente a favor de Freud y combatí por él».
Lo hizo ante un congreso en Múnich sobre neurosis forzadas, dado que el nombre de Freud fue deliberadamente silenciado. Jung escribiría en respuesta en 1906 un artículo para el Münchner Medizinische Wochenschrift (Semanario médico de Múnich) ensalzando la teoría de la neurosis de Freud dada su contribución a las «neurosis forzadas», recibiendo como respuesta sendas cartas de advertencia de que su futuro académico peligraría proporcionalmente a su persistencia. Jung continuó manifestándose a favor, aunque manteniendo en discordancia la etiología sexual en las neurosis.
Sería por estas fechas cuando comenzaría el intercambio de correspondencia entre ambos autores, iniciando Jung el envío de su obra Diagnostische Assoziationsstudien (Estudios diagnósticos de la asociación, 1906). En 1907 le enviaría también Die Psychologie der Dementia Praecox (Sobre la psicología de la demencia precoz). El intercambio epistolar proseguiría hasta la fecha de su separación, 1913.
Será gracias a este último trabajo de 1907, incomprendido también entre sus propios colegas, el que propiciaría el primer encuentro entre Freud y Jung, a expensas de una invitación del primero en Viena. Es en este momento cuando se suele rememorar la sorpresiva pero explícita circunstancia de que en fecha de febrero de 1907, a la una del mediodía, «hablamos durante trece horas ininterrumpidamente, por así decirlo».
Impresionó profundamente a Jung que para Freud la sexualidad significara un numinosum, impresión confirmada tres años después (1910) en una conversación nuevamente en Viena.
Y prosigue Jung,
Jung llegaría a decir de Freud que fue un prisionero de un punto de vista, «una figura trágica, pero un gran hombre».
Retomando la hipótesis del Poder de Alfred Adler, Jung establece una relación entre Freud y Nietzsche, de tal modo que si en Freud se produce una deificación de Eros, en Nietzsche ocurrirá lo mismo respecto de la voluntad de poder, dado que Eros y Poder serán dos principios antagónicos pero complementarios que el ardid de la historia del espíritu había querido que fueran ensalzados.
Pero toda numinosidad lleva implícita en su reivindicación su propia destrucción, toda numinosidad es verdadera en cierto aspecto e incierta en otro. «La vivencia luminosa se eleva y se hunde a la vez».
De este modo, si Freud hubiera apercibido el carácter numinoso de la sexualidad no hubiera generado un reduccionismo biológico, y Nietzsche, al adentrarse en lo numinoso implícito a la Voluntad de poder, hubiera dado más importancia a los fundamentos de la existencia humana, sin la necesidad de un Superhombre.
Siempre que el alma debido a una experiencia numinosa es sometida a brusca oscilación existe el peligro de que los hilos de los que cuelga se rompan. Un hombre cae en un «sí absoluto» y otro en un «no absoluto». Se tiende a los extremos como verdad. De ahí la necesidad del concepto de nirvana, dice el oriente: «libre de los dos». «No nos hemos dado cuenta siempre de lo que significa que no exista nada en absoluto, si una consciencia pequeña —¡oh, tan efímera!— no ha observado algo de ello».
Cuando Jung visitó a Freud en Viena en 1909 le preguntó qué pensaba acerca de ello. Recibiría un más que predecible rechazo desde un prejuicio materialista que remitía al absurdo, todo ello desde el positivismo más superficial. Sin embargo, «...transcurrieron todavía algunos años hasta que Freud reconoció la importancia de la parapsicología y la autenticidad de los fenómenos “ocultos”».
«¡Bah —dijo él—, esto sí que es un absurdo!». «Pues no», le respondí, «se equivoca usted, señor profesor. Y para probar que llevo razón le predigo ahora que volverá inmediatamente a oírse otro crujido». Y, efectivamente: ¡apenas había pronunciado estas palabras se oyó el mismo crujido en la biblioteca!
El 27 de abril de 1908 Jung participó en el Primer Congreso de Psicoanálisis, realizado en Salzburgo, también denominado Primer Congreso de Psicología Freudiana o Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis. Jung presenta la «teoría freudiana de la histeria».
El mismo año compra unos terrenos en Küsnacht, frente al lago de Zúrich y se propone la construcción de una casa de tres plantas. El 28 de noviembre de dicho año nace su único hijo varón, Franz.
En marzo de 1909 se publica el primer número del Anuario de investigaciones psicoanalíticas y psicopatológicas (Jahrbuch für psychoanalytische und psychopathologische Forschungen), siendo Jung su editor. Renuncia a la clínica Burghölzli y se muda a su nueva casa en Küsnacht donde residirá hasta el resto de sus días.
Y el mismo año, del 6 al 11 de septiembre, Jung es invitado a la Universidad Clark, en Worcester, Massachusetts, para dar unas conferencias sobre los ensayos de asociación. Freud sería también invitado de forma independiente, acompañándoles Sándor Ferenczi. Allí recibieron el doctor honoris causa el día 11. Iniciarían viaje desde Bremen, lugar de encuentro donde acontecería otra famosa anécdota referente a un desmayo de Freud ante el interés puntual de Jung acerca de las «momias del pantano». Freud creía que Jung le deseaba la muerte inconscientemente.
Un segundo desmayo acontecerá en el Congreso psicoanalítico de Múnich de 1912, cuando se disertaba acerca de Amenofis IV. Nuevamente revoloteaba la fantasía sobre el asesinato del padre, dentro de la relación transferencial entre Freud y Jung.
Si a todo ello sumamos que Freud había aludido con anterioridad acerca de su deseo de que Jung fuera su «sucesor y príncipe heredero», y que este no se hallaba en la tesitura que permitía satisfacer tal demanda, tanto por discrepancias teóricas como por el desinterés que le producía el prestigio personal consecuente, no es difícil recabar una explicación a tales desmayos de carácter «histérico».
El viaje a Estados Unidos duró siete semanas, durante las cuales permanecían juntos todos los días y se analizaban sus sueños. Ante algunos de los más importantes de Jung, Freud no supo qué interpretación darles, incluso uno de ellos parecía constituir una especie de introducción a la obra Wandlungen und Symbole Der Libido (Transformaciones y símbolos de la libido), así como la primera oportunidad que se le presentó a Jung para formular su concepto de inconsciente colectivo. Un concepto de inconsciente a priori del inconsciente personal, en el que, al contrario de Freud, no cabía nada arbitrario ni intención engañosa alguna.
Sin embargo, Jung supo completar el análisis de un sueño de Freud, para lo cual requería de su sinceridad y de la comunicación de algún detalle de su vida privada. Freud respondió: «El caso es que no puedo arriesgar mi autoridad».
Jung entendió con ello que Freud anteponía la autoridad personal a la verdad. El final de la relación estaba ya consolidada en medio de las aguas del Atlántico.Del sueño de Jung emergió su antigua afición a la arqueología, derivando hacia el estudio del simbolismo y mitología de los pueblos antiguos. De hecho, en octubre de 1909 Jung escribe a Freud: «La arqueología, o mejor dicho, la mitología, me ha atrapado», interés palpable hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Durante dicho estudio hallará la obra de una joven americana, Mss. Miller, quedando impresionado por el carácter mitológico de sus fantasías. Conjuntamente a su conocimiento sobre mitos surgirá Transformaciones y símbolos de la libido.
Del 30 al 31 de marzo de 1910 se llevaría a cabo en Núremberg el segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, siendo designado Jung presidente permanente de la recién fundada Asociación Psicoanalítica Internacional (API) (renunciará en 1914).
Ya en agosto de 1911 se publicó la primera parte de Transformaciones y símbolos de la libido, contenido que en sí no conllevaría aún ningún disenso con la ortodoxia freudiana, pero ya Jung va dejando entrever en sus memorias lo siguiente: «Ahora lo veía claro. Él mismo (Freud) tenía una neurosis y concretamente fácil de diagnosticar por sus síntomas bastante desagradables, como descubrí en nuestro viaje a América. (...) Había visto que ni Freud ni sus discípulos podrían comprender qué significaba el psicoanálisis en la teoría y en la práctica, puesto que ni siquiera el maestro había logrado resolver su propia neurosis. Cuando anunció su intención de identificar y dogmatizar la teoría y el método, ya no pude cooperar más con él, y no me quedó más opción que retrotraerme a mí».
Hacia 1912, Jung termina «El sacrificio», última sección de la segunda parte de Transformaciones y símbolos de la libido, sabiendo de antemano que lo expuesto le costaría su amistad con Freud. «Tenía que exponer allí mi propia noción del incesto, la transformación decisiva del concepto de la libido, además de otras ideas por las que me diferenciaba de Freud».
Se lo comentó a su mujer, estuvo dos meses preocupado y sin tocar pluma. Finalmente se decidió a escribir y le costó la amistad con Freud.Freud se sintió disgustado con los descubrimientos que Jung le va transmitiendo, y así su correspondiente relación epistolar comenzó a reflejar la creciente tensión entre ambos.
El 25 de febrero de 1912 Jung funda la Sociedad de Intereses Psicoanalíticos, encaminándose con ello hacia su propia versión del psicoanálisis. En septiembre pronuncia unas conferencias en la Universidad de Fordham de Nueva York. El tema será el psicoanálisis y sus diferencias con Freud, fundamentalmente que la represión no da cuenta de todos los estados, las imágenes inconscientes pueden tener un significado teleológico y la libido, o energía psíquica, no es exclusivamente sexual.
A su vez, y durante el mismo mes, se publica la segunda parte de Transformaciones y símbolos de la libido, donde Jung propone que el incesto alude más al simbolismo que a la literalidad.
En el año 1913 se producirá la ruptura definitiva con Freud. La separación afecta profundamente a Freud; Jung está destrozado. Consecuencia directa de dicho estrés fue la contribución a un colapso nervioso que amenazaba ya desde 1912. Renuncia por tanto a su puesto en la Universidad de Zúrich, aparentemente porque su consulta privada ha aumentado mucho, pero es más factible que fuera debido a su estado de salud. Durante dicha época se instalarán en Zúrich Edith y Harold McCormick, dos filántropos norteamericanos, siendo ella analizada por Jung, y convirtiéndose en la primera de varios patrocinadores ricos y muy generosos.
A continuación se reproduce un extracto de la carta que Freud envió a Jung el 3 de enero de 1913, en medio de la crisis que afectaba la relación entre ambos:
Tres días después Jung sentenciará:
A partir de este año se iniciará en Jung su segunda etapa vital y de desarrollo tanto personal como profesional.
Seguidamente, en 1914, el psiquiatra suizo dimitió de su cargo en la API y organizó, junto con Alphonse Maeder, las bases de la llamada Escuela de Zúrich. Después de separarse de Freud comenzó para Jung una época de inseguridad interior y de desorientación, un período de turbulencia emocional, exacerbado por las noticias emergentes de la Primera Guerra Mundial, que tuvieron sobre él un efecto devastador, aun cuando radicara en la Suiza neutral. Henri Ellenberger calificó la experiencia de Jung como una «enfermedad creativa» y la comparó con el mismo período para Freud, al que definió en términos de neurastenia e histeria.
A un análisis inicial de sus sueños, fantasías diurnas y contenidos del pasado, siguió la aceptación del desconocimiento de lo que le sucedía. Así pues, decidió «abandonarse conscientemente a los impulsos del inconsciente». De ello derivó la necesidad del juego, la construcción y edificación infantiles como elementos preliminares en el hallazgo de su propio mito.
Hacia otoño de 1913, Jung alude a una deslocalización de su sintomatología interna de carácter psíquico. Es entonces cuando tiene varias alucinaciones que irán repitiéndose a lo largo del tiempo. La deducción diagnóstica a la que llegaría tras todo el cúmulo de episodios de aparente carácter psicopatológico sería la del inicio de una psicosis, consecuencia directa de la ruptura con Freud y sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes familiares existentes incursionando en lo disociativo. Durante la primavera y principios del verano de 1914 volverían a sucederse episodios similares de carácter catastrofista, pero esta vez en forma de tres sueños sucesivos. El 1 de agosto estallaría la Primera Guerra Mundial y con ella la confirmación del carácter premonitorio de su sintomatología.
Sería el 12 de diciembre de 1913 cuando «me decidí a realizar el primer paso». Decidió por tanto confrontar los contenidos de lo inconsciente y con ello alumbrar un proceso iniciático concomitante donde llegará a descubrir la existencia de algo más alto que la voluntad del yo y a lo cual había que someterse. Jung debía sacrificar su ideal y su actitud consciente. Poco a poco irían surgiendo diversas representaciones arquetípicas: el héroe (Sigfrido, la serpiente negra), la sombra, el propio yo como complejo, el viejo sabio (Elías, Filemón, el ka egipcio), el ánima (Salomé).
Tras una gradual transformación, en 1916 Jung sentiría la necesidad ineludible de escribir, sintiéndose «impulsado desde dentro a formular y expresar lo que podría haber dicho Filemón». Será por tanto desde dicho arquetipo desde donde surgirá la imperiosa obligación de transcribir el manuscrito de los Siete sermones a los muertos.
Será Filemón la imagen deseada por Jung en esos momentos de perturbación y desorden, «una sabiduría y un poder supremos que me desenmarañasen las espontáneas creaciones de mi fantasía». Quien, por un lado, representase la vía de expresión de los «siete sermones», y quien, por otro, diera lugar a una recapitulación teórica y a una validación de la existencia autónoma de los arquetipos, más allá de los complejos, extendiendo a lo «colectivo» la adjetivación «personal» del inconsciente freudiano.
En definitiva, todo ello constituyó un «prólogo» de lo que tenía que comunicar al mundo sobre lo inconsciente. Además de los Siete sermones a los muertos elaborados en 1916, Jung fue transcribiendo sus experiencias entre 1913 y 1932 en una serie de siete manuscritos denominados Libros negros, a partir de los cuales confeccionó entre 1914 y 1930 el Liber Novus o Libro rojo.
Para Jung, el análisis del inconsciente ya se había implantado al inicio de la segunda mitad de su vida. Añade que necesitó aún veinte años más para comprender los contenidos de sus imaginaciones. Pero que lo fundamental en su obra fue hallar «la prueba de la prefiguración histórica de las experiencias internas». Es decir que, para confirmar sus ideas, debió buscar sus premisas en la historia. En ello desempeñó un papel fundamental su hallazgo de la alquimia.
El establecimiento de la psicología del inconsciente fue llevado a cabo por Freud a partir de dos motivos clásicos pertenecientes al gnosticismo: la sexualidad y la autoridad paterna nociva: pasaríamos de Yahveh y Dios creador, al mito freudiano del padre primitivo superyoico.
Sin embargo, será precisamente la evolución hacia el materialismo, anticipada ya por la alquimia al ahondar en la estructura de la materia, la que impide ver a Freud el espectro completo del gnosticismo: «la pre-imagen del espíritu como otro Dios supremo», (...) «quien envió la crátera, el vaso de las transformaciones espirituales, en auxilio de los hombres». La crátera era un recipiente repleto de espíritu enviado por el Dios creador a la tierra para bautizar a aquellos que deseaban alcanzar una consciencia superior, un útero simbólico de renovación y renacimiento espiritual.
Se trataría en definitiva de la existencia de una carencia fundamental en el mito patriarcal y falocéntrico freudiano, y es la ausencia de lo femenino que se vislumbra como principio en la figura gnóstica de la crátera, pero también en el catolicismo, al sustentar una unilateralidad de lo masculino hasta la bula papal de Pío XII, que proclamaba el dogma de la Asunción de María en 1950.
Del mismo modo que en el mundo protestante y judío permanece inalterable la figura paterna, en la alquimia sin embargo, se mantuvo un principio femenino equiparable al masculino, de ahí que uno de los principales símbolos alquímicos femeninos fuese el vaso en el que se producían las transformaciones de la materia, o retorta.
Jung comenzó a comprender la esencia de la alquimia a través del texto alquímico chino que Richard Wilhelm le envió en 1928, Goldene Blüte o El secreto de la flor de oro.
Le siguió por encargo a un librero de Múnich la Artis Auriferae Volumina Duno (1593). Sin embargo el acceso al complicado lenguaje e imaginería alquímicos se le resistía y lo dejaba por imposible. Llegaba a decir: «¡Dios mío!, ¡qué absurdo! Eso no hay quien lo entienda».
Hasta que se dio cuenta de que predominaba el simbolismo en toda la disciplina, y recordando el célebre sueño en que quedaba atrapado en el siglo XVII, concluyó: «¡Sí, así es! Ahora estoy condenado a estudiar toda la alquimia desde el principio».
Continuó con el Rosarium philosophorum (1550), y decidió procurarse un diccionario explicativo con referencias cruzadas ante la utilización de expresiones diversas con un sentido que no acababa de comprender. Poco a poco llegó a entender el sentido de las expresiones alquímicas, lo cual le llevó más de una década. Terminó dándose cuenta, en definitiva, de que la psicología analítica concordaba con la alquimia, considerando su descubrimiento el equivalente histórico a la psicología del inconsciente.
De ello se extrae la existencia de un proceso de transmutación arquetípica que evoluciona durante los siglos, de ahí el Fausto de Goethe, o el mismo proceso de individuación en Jung. Se trata de un proceso suprapersonal, un «mundus arquetipus». Es precisamente a través de la alquimia como Jung se percató de que el inconsciente es un proceso dinámico, recíproco y bidireccional entre el yo y los contenidos de lo inconsciente, verificable a nivel individual, por los sueños y las fantasías, y a nivel colectivo, en los diversos sistemas religiosos y en la transmutación de sus símbolos.
En su obra Psicología y alquimia (1944) corrobora que su etapa de 1913 a 1917 se correspondía al «proceso de transmutación de la alquimia», y que la relación entre el simbolismo inconsciente y la religión cristiana se ejemplificaba con el concepto alquímico de Lapis, la piedra, como figura paralela a Cristo, así como con el aurum non vulgi y con la viriditas de los alquimistas. Con ello verificaba Jung la existencia de un «Cristo alquímico», anima mundi o filius macrocosmi, la inmanencia del antropos viviente en todo el mundo, «Cristo como unificación de materia espiritualmente viva y físicamente muerta».
En Aion (1951), plantea la figura histórica, el hombre Jesús. La mentalidad colectiva de la época o constelación arquetipal, la prefiguración del «antropos», se abatió sobre él; el hijo del hombre, o hijo de Dios, se enfrentaba al señor de este mundo. El hecho de que Jesús se convirtiera en el «salvador mundi» tuvo que ver con la suma de una proyección colectiva procedente de una constelación arquetipal histórica sobre «una personalidad de talla aventajada».
La desposesión individual y colectiva de toda autonomía e independencia espiritual en la época de César, encuentra su paralelismo en la masificación contemporánea, que también añora el regreso de un salvador, en este caso bajo la forma de «un hijo de la técnica», hallándose sus manifestaciones bajo la apariencia de la expansión mundial del fenómeno ovni, tal y como detalla en su obra de 1958 Un mito moderno. De cosas que se ven en el cielo.
También observó Jung en la alquimia la «coniunctio», o «unificación», concepto paralelo al de transferencia, eje central tanto en psicoanálisis como en psicología analítica.
Su obra Respuesta a Job se encuentra ya contenida implícitamente en «Aion», al ser Job una prefiguración de Cristo, unidos por la idea del sufrimiento. El antagonismo de Dios, su ambivalencia, el lado oscuro y numinoso de la imagen de Dios, fundamenta la obra, a raíz del cuestionamiento de público y pacientes, y sin pretensión alguna de proclamar verdad metafísica alguna, a diferencia de lo que llegó a opinar la teología. Jung llegaría a decir «Algo se obstina en mí y no quiere ser el pez mudo». Existe (...) «la idea de la criatura que supera al creador por margen escaso pero decisivo».
Finalmente, su obra Mysterium coniunctionis (1955-1956), se constituye en el culmen de la confrontación entre la alquimia y la psicología analítica. Vuelve a exponer el tema de la transferencia, pero sobre todo realiza una síntesis final entre alquimia y psicología profunda.
Durante la década de los años 20, con cuarenta y cinco años de edad, una vez superada una crisis existencial «en la mitad de su vida», y aumentado complementariamente su reputación internacional, se dedicó durante cinco años a viajar asiduamente, sobre todo interesado en culturas primitivas.
En 1921 se publicará su obra Tipos psicológicos donde desarrollará sus ideas de la existencia de dos actitudes de la psique: introversión y extraversión, así como cuatro funciones: pensamiento, sentimiento, sensación e intuición. También se incluye en dicha obra la primera alusión a su concepto central del sí-mismo como objetivo de desarrollo psicológico.
Simultáneamente sería durante esta época cuando comenzó a retirarse a Bollingen, su segundo hogar o residencia.
En 1922 adquiere en propiedad unos terrenos a orillas del lago de Zúrich, ubicación aislada que se situaba a unos cuarenta kilómetros de su hogar principal en Küsnacht y a dos de una aldea denominada Bollingen. Se trata de un pequeño pueblo cerca de Rapperswil, en el cantón de San Galo, Suiza. Es localizado en la orilla norte de lago de Zúrich y es parte del municipio de Jona.
En 1923 muere su madre. Jung aprende a esculpir piedra y, con escasa ayuda profesional, inicia la construcción de su segunda casa caracterizada por un sólido torreón. Más adelante lo complementará con un vestíbulo, otra torre y un anexo. Descarta la instalación de electricidad y teléfono. Denominará al edificio simplemente «Bollingen». Será durante el resto de su vida su lugar de retiro, tranquilidad, renovación, meditación y experimentación personal.
En el curso de la primera posguerra, Jung se convirtió en un viajero del mundo, gracias a los copiosos fondos que obtuvo por las ventas de sus libros, honorarios y dinero percibidos por haber alcanzado el status senior en las instituciones médicas para las que trabajaba. Los lugares que visitó fueron los siguientes:
A comienzos de 1920, Jung fue invitado por un amigo a viajar a Túnez. Iniciaría el viaje en marzo, dirigiéndose primero a Argelia, de allí a Túnez, y finalmente recabando en Susa, dejando partir a su amigo dado que debía atender asuntos de negocios.
Posteriormente se dirigiría hacia el sur, a Sfax y de ahí a Tozeur, la ciudad oasis, en el Sáhara. Su siguiente destino sería el oasis de Nefta, a donde partiría a caballo con su intérprete. Finalizaría su itinerario regresando a Túnez y embarcando hacia Marsella. Sería durante esa noche que tendría el famoso sueño del Kasbat.
Relatará que su encuentro con la cultura árabe le llegará a impresionar poderosamente. De dicho encuentro extraerá su confrontación con el arquetipo de la sombra, no la individual, sino la colectiva, aquella que es reprimida en la psique inconsciente por parte del europeo y su presunta consciencia civilizada.
La esencia emocional de aquellas culturas que viven de afectos, reviven en lo «civilizado» una parte de nosotros que no conviene negar, sino conservar y confrontar, dado que todo tiene un objetivo y un sentido, y toda nuestra psique se dinamiza en relación con la economía de un Todo. La consciencia siempre es «parcial».
Pertenecerá Jung a aquellos que les «dejó el más vivo deseo de volver a África». Lo haría cinco años después.
En su afán de desligarse del prejuicio e idiosincrasia contenidas en la consciencia de la cultura del hombre blanco, prosiguió en su comparación histórica descendiendo a un nivel cultural más profundo.
Gracias a algunos amigos, esta vez americanos, en enero de 1925 visitó a los Indios pueblo constructores de ciudades, en Nuevo México, entablando conversación por primera vez con un hombre no europeo, cacique de un pueblo denominado Tao, y llamado Ochwiä Biano. Jung tuvo también ocasión de experimentar la poderosa impresión que causa el Gran Cañón del Colorado y de visitar a los indios que viven en pequeñas tiendas, en el Cañón de los Frijoles, también en Nuevo México.
Nuevamente confrontará la crueldad histórica del hombre blanco, nuestra verdadera naturaleza humana, con su descompensación favorecedora de la «cabeza» y no del «corazón», tal y como le fue expresado, de la colonización en nombre de la avidez.
Jung se encontró con un pueblo cuya religión y el ejercicio de su culto eran inaccesibles y un misterio para el hombre blanco extranjero, precisamente como instrumento de resistencia y persistencia en el tiempo frente a este. Sin embargo, paulatinamente descubrió una identificación divina con el sol, así como un simbolismo de la montaña y del agua. Se consideraban a sí mismos como «hijos del padre sol», cuya religión ayudaba a su padre a recorrer el cielo cada día; si no, existiría una noche eterna. Su culto involucraba por tanto a toda la humanidad.
Compara entonces Jung el racionalismo europeo que nos aleja del mundo místico y la pérdida consecuente que ello conlleva.
En otoño de 1925 se dirigió con dos amigos, inglés y americano, hacia Mombasa, Kenia, en un vapor Woerman, dado que tiempo atrás había deseado viajar hacia el África tropical. Tras dos días de estancia en su destino tomaron rumbo a Nairobi. Sería al atardecer cuando, en tren de vía angosta, emprenderían viaje al interior del país. En el transcurso del viaje relata Jung un «sentiment du déjà vu» muy vivo al ver sobre un pico rocoso una figura delgada y negra, inmóvil, mirando al tren y apoyada sobre una larga lanza.
Desde Nairobi, y esta vez en un pequeño Ford, visitaron un gran coto de caza: los Athi Plains, una amplia sabana repleta de vida animal. Separándose de sus acompañantes hasta quedar solo, y divisando aquella inmensidad, llegó al siguiente convencimiento:
Seguidamente tomaron el tren de Uganda recabando en un provisional fin de trayecto, Sigistifour, al encontrarse el recorrido completo en vías de construcción. Mientras se descargaba el equipaje, se le acercó un inglés que llevaba cuarenta años en África y le hizo la siguiente recomendación: «Este país no es del hombre, sino de dios. Así que, si algo le pasara, siéntese y no se preocupe». Dios se situaba sobre el hombre, el inescrutable designio sobre toda voluntad o propósito.
El recorrido se reinició, esta vez en dos autos, hasta Kakamengas, la siguiente localidad, y de allí al Monte Elgon, cuya pared del cráter, a 4000 metros, se divisaba en el horizonte. Era una marcha conformada por porteadores y una escolta militar de tres hombres. Tras un incidente en donde fueron atacados por hienas, los tres blancos recibieron sus apodos correspondientes: el inglés «Rothals», o «el que tiene el pescuezo rojo»; el americano «bwana maredadi», o «el gentleman atildado»; y Jung «mzee», o «el anciano», debido al pelo cano, dado que pese a sus cincuenta años no era frecuente alcanzar la edad avanzada.
A continuación relata Jung la descripción del modo en que se manifestó un arquetipo, en este caso el de la cuaternidad:
Menciono este episodio para mostrar por qué sutiles caminos nuestros actos estaban influidos por un arquetipo. Éramos tres hombres y ello era puramente casual. Yo había rogado a un tercer amigo que nos acompañara, pero circunstancias adversas le impidieron venir. Ello bastaba para configurar el inconsciente o el destino. Emergía como arquetipo de la tríada, que pide al cuarto, tal como ha ocurrido una y otra vez en la historia de este arquetipo.
Prosiguiendo el safari, alcanzaron Nandi, y de dicha región llegaron a un parador al pie del Monte Elgon. Al inicio del ascenso se toparon con el cacique local emparentado con los masái. A más altura decidieron acampar en un claro en cuyas cercanías se hallaba un poblado de hotentotes. Jung pudo entenderse en suajili con el cacique, que dispuso como porteadores de agua a una mujer con sus dos hijas semiadultas.
También alude Jung a la visita que hicieron a los bugishus, aunque pasarían la mayor parte del tiempo con los elgonyi. Comenta que no entabló conversación alguna con ninguna mujer indígena, dado que era costumbre en aquellas latitudes la comunicación entre los miembros pertenecientes al mismo género, calificándose lo contrario como búsqueda de relaciones sexuales, ante lo cual todo occidental perdía tanto la autoridad como su propia autonomía consciente.
La única excepción que hizo fue la hermana de un atento miembro de los elgonyi, quien le invitó a conocerla. Jung aceptaría gustoso para a la par obtener una visión de la vida familiar en dicha cultura.
Cada mañana Jung entablaba conversación con los curiosos que se le acercaban con interés, sentándose en una pequeña silla de cuatro patas, y siguiendo las costumbres que a tal fin se establecían en estas ocasiones. Para ello atendía las indicaciones que su guía Ibrahim le había proporcionado: sentarse en el suelo e iniciar la charla a través de la «shauri», o de lo que se iba a tratar en aquella sesión. El idioma que mayoritariamente se hablaba era un aceptable suajili y el «seminario» rara vez superaba la hora, ante el cansancio de los presentes.
Naturalmente Jung intentó con tenaz persistencia acceder al mundo onírico que se desarrollaba en los individuos de dichas culturas, pero un inexplicable miedo y desconfianza era lo único que se obtenía a la hora de contarle sus sueños. Quizás se tratara del mismo temor a «la pérdida del alma» que generaba la fotografía.
En cambio, entre los porteadores, mayoritariamente somalíes y suajilis, no era así, dado que disponían y consultaban un «libro árabe de los sueños», remitiéndose ante la duda a Jung, debido al conocimiento que este tenía del corán. De ahí que le llamaran «el hombre del libro».
En cierta ocasión conversaron con un laibon, doctor del cacique, al cual se le cuestionó también acerca de sus sueños, respondiendo con franca melancolía que desde que los ingleses habitaban África los laibon habían dejado de soñar, y que anteriormente era frecuente que estos dieran a conocer sueños de tipo premonitorio. Pero ahora era innecesario. Todo lo sabían los ingleses. La decadencia se hallaba presente ante el trueque realizado entre dios y el destino, por un lado, y el racionalismo anglosajón, por otro.
También efectuó sus intentos sobre lo numinoso: especialmente ritos y ceremonias, logrando una única observación en lo que aparentaba ser el funeral de una mujer que al parecer se llevaba a cabo en la plaza de un pequeño pueblo, ante la cabaña vacía de la difunta. En el centro había un cinturón kauri, brazaletes, pendientes, fragmentos de ollas y un bastón funerario. A pesar de ser informados del óbito, nada denotaba que se tratara de un funeral.
A su vez se enteró de cual era el ritual funerario de sus vecinos del oeste, a los que calificaban de «gente mala». Al producirse la defunción se ponía en conocimiento del hecho al pueblo vecino, y al atardecer el cadáver era ubicado y ofrendado en el punto medio entre los dos pueblos. A la mañana siguiente el difunto había desaparecido, presuntamente devorado por la «gente mala». Entre los elgonyi el cadáver era trasladado al interior de la selva donde eran las hienas las responsables reales de su inhumación. De hecho, no hallaron nunca restos de un entierro.
Cuando moría una persona el cadáver era colocado en el suelo central de la cabaña. El laibon lo transformaba, esparciendo seguidamente leche a lo largo de toda la estancia y recitando en voz baja: «¡ayîk adhîsta, adhîsta ayîk!». Jung asoció el ceremonial con cierta alusión donde se decía que al amanecer, salían de la cabaña, escupían o soplaban en sus manos y las volvían hacia el sol naciente, sin saber explicar por qué lo hacían. Lo que sí confirmaría su interlocutor es que ésta era la verdadera religión compartida por todos los pueblos: kevirondos, buyandas, todos practicaban el culto al sol «en su salida al amanecer», o «Adhîsta», solo en dicho instante era Dios, o «mungu». En dicha ofrenda ritual destacaban tres aspectos: la ofrenda al sol, su nacimiento era divino; la saliva, asociada al maná personal, fuerza curativa, mágica y vital; y el aliento, o «roho», que significaba viento y espíritu. Lo gestual conformaba por tanto un sumatorio de significados arquetípicos que se podían ensamblar y expresar a través de la siguiente frase: «Yo ofrezco a Dios mi alma viva», alusión lingüística muy próxima a: «Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu». Se redescubría así una preexistencia arquetipal con independencia de tiempo y lugar, en este caso entre el cristianismo y el culto solar africano de los elgonyi, y pueblos afines.
También rendían culto al «ayîk», un «sheitan» o diablo terrenal, fundamento del miedo y del mal. Finalmente, existía el convencimiento de que el Creador era un concepto integrado por el bien y el mal, era «m´zuri», belleza implícita tanto en su ser como en su creación. Es entonces cuando Jung comprendió que «m´zuri» se disociaba durante el día en una expresión de benevolencia, el «adhîsta», el reinado solar, mientras que por la noche se manifestaba como «ayîk», lo tenebroso, el reinado del mal. De hecho se vislumbraba una concordancia con la mitología egipcia: Horus: Adhîsta, el sol, la luz, y Seth: Ayîk, la oscuridad. Y del mismo modo que el laibon integraba ambos opuestos con su ritual, el único momento en el que se podía visualizar al Creador, como unidad más allá del sol y de la oscuridad, era dicho amanecer en que surgía inesperadamente de la noche el primer rayo de sol. Se contemplaba a Dios, mungu; adhîsta y ayîk unían momentáneamente sus respectivos reinados en su fuente originaria. Termina Jung con una última equiparación entre el día, la noche y el amanecer del macrocosmos, con la primitiva noche psíquica de hace millones de años y el anhelo de luz como anhelo de la consciencia, a nivel del microcosmos.
Una vez finalizada la estancia bordearon la pendiente sur del monte Elgon hasta llegar a la región de los bugishu, deteniéndose momentáneamente en el parador de Bunambale. Siguieron hasta Mbale, alcanzando Jinja, junto al lago Victoria, en sendos camiones Ford. Seguido viajarían en tren hasta el lago Kyoga, y en vapor a Puerto Masindi. Nuevamente un camión les acercaría a la ciudad de Masindi, a medio camino entre el lago Kyoga y el lago Alberto, ascendiendo desde este último a Rejaf, en el Sudán, donde les esperaba un vapor junto al Nilo, y con él el final del trayecto. Navegaron apaciblemente hacia el norte, terminando en Jartum, donde se iniciaba Egipto.
Jung viajó a la India en 1938 invitado por el gobierno indo-británico a efectos del jubileo de los veinticinco años de la Universidad de Calcuta.
Con el preámbulo de disponer ya de un amplio bagaje en sabiduría oriental, y como intermedio a su interés por la filosofía alquímica (durante el viaje estudió por entero el tomo I del Theatrum chemicum de 1602, de Gerhard Dorn), entabló amplia conversación con S. Subramanya Iyer, gurú del majarash de Mysore, y muchos otros. No así con los clásicos «santones», ante los que reivindicaría su propia verdad, y el hecho de que su contexto vivencial era occidental, no oriental. Sin minusvalorarlos, dudaba en situar su sabiduría como expresión de una manifestación propia o como fruto de la repetición de un proverbio milenario.
Pero lo que más interesó a Jung en su viaje a la India fue el posicionamiento de dicha cultura frente al concepto del «mal». Mientras que para la cultura occidental el objetivo es el bien, intentando desechar el mal o evitando estar a merced de él, para la India y diversas concepciones de oriente, la meta se hallaría en un estado más allá del bien y del mal, al cual se podría acceder vía meditación o yoga. El posicionamiento unilateral occidental donde el mal se halla subordinado al bien, o donde incluso quedaría definido como «ausencia de bien» («privatio boni»), daría paso a una concepción donde ambos conceptos dejarían de tener entidad propia y pasarían a formar parte de una expresión dinámica y polarizada perteneciente a un «todo» que los trasciende, superando dicha entidad todo intento de denominación conceptual. Así todo, y a efectos de poder ser aludido, se le ha nombrado como nirvana, tao, etc.
El fin último no sería por tanto de carácter moral, es decir, hacer el bien evitando el mal, cuanto estar al margen y alcanzar la liberación de los opuestos. Y es en este punto donde hallamos discrepancia en Jung al mostrar su desacuerdo en la liberación como fin último y objetivo existencial. El bien y el mal perderían así su delimitación, ganando a lo sumo la posibilidad de ser definidos desde lo subjetivo, dando lugar a una concepción o bien carente de ética o tan saturada de subjetividad que la única vía de escape sería el nirvana.
Por otra parte, negará Jung también una concepción de liberación «a cualquier precio». La única liberación factible será aquella que presupone previamente una dedicación e implicación total, es imposible una liberación sin una experimentación o realización previas. Dicha ausencia de participación por dificultad, imposibilidad o denegación, censura una parte del alma e impide consecuentemente una liberación total.
Jung visitará Konarak, Odisha, donde acompañado por un pandit contemplará una pagoda. Posteriormente se sentirá fascinado por la estupa mayor de Sanchi. En estos edificios Jung llegará al convencimiento del Buda como unus mundus, el cual incluiría tanto el aspecto del ser en sí, como a su vez el de su ser conocido. La consciencia humana como categoría cosmogónica.
Jung llegó a establecer una comparativa entre Buda y Cristo, ambos vencedores del mundo y encarnación del individuo, vislumbrando sin embargo las siguientes diferencias:
Según cita su autobiógrafa Aniela Jaffé, en posteriores observaciones Jung confrontó a Buda y Cristo en su actitud frente al sufrimiento, expresando que Cristo reconocía en este un valor positivo, y que como víctima era más humano y real que Buda. Buda se opuso al sufrimiento, pero también a la alegría. Estando al margen de las emociones y sentimientos no fue realmente humano. En los evangelios, Cristo es descrito como hombre-Dios, a pesar de no dejar de ser hombre, mientras que Buda, ya en vida, se elevó por encima del ser humano.
Ahondará finalmente en la identidad de la evolución histórica tanto del budismo y como del cristianismo:
Jung fue nombrado doctor en Prayagraj (islam), Benarés (hinduismo) y Calcuta (medicina y ciencia anglo-india).
Tras recuperarse de disentería tuvo un sueño compensatorio de carácter europeo centrado en la figura del Grial, en el cual halló, por un lado, la coincidencia existente entre el mito poético del Santo Grial, persistente aún en Inglaterra, y los conceptos alquímicos del «unum Vas», la «Una Medicina» y el «Unus Lapis». Por otro lado, constituía una advertencia de que su objetivo era Europa, la búsqueda de la «copa sagrada», el «salvator mundi», significando la India una parada importante en su largo recorrido.
Ya hacia el final de su visita llegó a Ceilán, en el Océano Índico, y tras dejar atrás Colombo, un puerto internacional, se adentrará en el «país de las colinas», alcanzando la vieja ciudad de Kandy. Allí accederá al pequeño templo Sri Dalada Maligawa, que alberga el diente sagrado de Buda, así como los textos del Canon en pergaminos plateados. Tras pasar largo tiempo contemplándolos en la biblioteca, finalizó su estancia con una ceremonia nocturna en el Mandapa, o sala de espera del templo.
El inicio de la primavera marcó el viaje de regreso, no arribando en Bombay, debido al estado de abrumamiento en el que se hallaba, y zambulléndose de nuevo en la alquimia.
Jung estuvo en Rávena en dos ocasiones: en 1913 y unos veinte años después, quedando impresionado en sendas visitas por el mausoleo de Gala Placidia. Después se trasladó junto a una amiga al baptisterio ortodoxo, donde acontecería la célebre «visión de los mosaicos».
En una atmósfera inundada por una leve luz azulada sin fuente, Jung y su acompañante vieron cuatro grandes frescos de mosaicos allí donde debería haber habido ventanas: el cuadro del ala sur representaba el bautismo en el Jordán; el del ala norte, el paso de los hijos de Israel a través del mar Rojo; el tercero en la parte oriental, el baño que limpió a Naamán de su lepra en el Jordán; y el cuarto mosaico, en el ala occidental del baptisterio, representaba a Cristo alargando la mano a Pedro cuando éste se hundía. Fue este último al que más importancia se le dio, el más recordado, ante el que se detuvieron durante veinte minutos, y al que asociaron con el rito de iniciación del bautismo, en el que se incluía el arquetipo de la muerte y resurrección.
Al abandonar la estancia, Jung se dirigió a Alinari para adquirir fotografías alusivas, siendo su esfuerzo en vano. Desde Zúrich haría el encargo a un conocido, que tampoco pudo hacer nada al verificar que dichos mosaicos no existían.
Jung observaría como explicación plausible los siguientes aspectos encadenados: el contecimiento histórico de Gala Placidia, emperatriz fallecida en 450, que en un tempestuoso e invernal viaje en barco de Bizancio a Rávena prometería construir si se salvaba la que sería la Basílica de San Giovanni, decorada con mosaicos y destruida en un incendio a comienzos de la Edad Media; la emotividad suscitada en Jung por la figura de Gala, y la relación recíproca de esta última con el arquetipo del ánima, como causa de su objetivación; y la visión como creación momentánea de lo inconsciente, relacionada con el arquetipo de iniciación. Concluye Jung que desde entonces es consciente de que algo interno puede ser representado externamente, y viceversa, preguntándose, «¿Qué fue real en aquel instante?».
Jung no viajaría a Roma, pero sí a Pompeya (1910-1912). En 1912 embarcaría de Génova a Nápoles, vislumbrando Roma a lo lejos. Un último intento en 1949 se vio obstaculizado por un desmayo al comprar los billetes.
Debido a los programas del nacionalsocialismo a principios de los años 30, la incipiente disciplina de la psicología profunda, aún joven y dividida en escuelas, se encuentra en serio peligro, limitandose su subsistencia en Europa, especialmente en Alemania y Austria. Los psicoterapeutas se plantean una doble tarea: desarrollar una actividad que medie entre escuelas y orientaciones divergentes entre sí, y trabajar para el logro de una colaboración internacional.
En aquel momento decisivo, esa difícil tarea recae especialmente en Jung. Desde 1930 es vicepresidente de la «Sociedad Médica General de Psicoterapia», así como tres años después profesor de psicología médica en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, donde impartiría sus Conferencias ETH a lo largo de ocho años. En marzo de 1933, el entonces profesor de psiquiatría y neurología de la Universidad de Marburgo, Ernst Kretschmer, conocido por su teoría de la constitución Körperbau und Charakter (Constitución corporal y carácter), había renunciado a sus funciones como presidente de dicha sociedad. De este modo, Jung se hace cargo de la presidencia y de la tarea vinculada de editar el Zentralblatt für Psychotherapie und ihrer Grenzgebiete (Periódico central de psicoterapia y disciplinas afines).
Del lado del nacionalsocialismo actúa el psiquiatra Matthias Heinrich Göring, primo del futuro mariscal del Reich Hermann Göring. Jung asume su tarea prácticamente en calidad de interino, pues los cambios revolucionarios en Alemania reclaman una coordinación sin compromisos, introduciendo el principio de la jefatura y la fundamentación de la ideología del nacionalsocialismo. Así, el denominado «párrafo ario» excluye a los funcionarios y médicos judíos o no arios.
Apoyado en su nacionalidad neutral, Jung elude esa coordinación obligatoria, auspiciando y organizando oficialmente la nueva «Sociedad Médica Internacional de Psicoterapia». En cada país se forman grupos de profesionales pero solo el grupo alemán de Göring queda sujeto a coordinación. Los miembros de los grupos restantes que no quieran adherirse al de ningún país, tienen la posibilidad de ingresar como miembros en la nueva sociedad supraestatal. Así Jung facilita el ingreso de los colegas judíos y ayuda a la ciencia, aislada en esos momentos en Alemania. Los estatutos de la nueva sociedad fueron ratificados en mayo de 1934, siendo Jung también presidente. Frente a los enérgicos intentos alemanes de nazificar el organismo internacional, renunció posteriormente a su presidencia en 1939, año en el que comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Ante los malentendidos que aún hoy ocasionalmente siguen en vigor, debe aclararse que Jung se encontraba totalmente desligado del grupo local alemán de Göring. Para el psiquiatra suizo, la sociedad supraestatal era política y confesionalmente neutra.
Sin embargo, y a pesar de la viabilidad de la supervivencia de la psicoterapia médica vehiculada por la Sociedad Internacional, se fueron sucediendo toda una cadena de incidentes que avivaron gradualmente el fuego del equívoco. En la edición número 6.3 de diciembre de 1933 del Zentralblatt für Psychotherapie aparecieron dos publicaciones por las que Jung fue blanco de violentos ataques y objeciones: En el primer caso, se había acordado con Jung que dicho manifiesto apareciese exclusivamente en el suplemento alemán, dado el «voto de fidelidad» de dicho grupo local, y no en la publicación internacional, encargándose la totalidad de la redacción del nuevo número a un representante «coordinado» sin que aquel, como editor, fuese informado de la decisión.
En el segundo, la simultaneidad de sus declaraciones estableciendo una comparativa entre ambas culturas, aun enmarcándose realmente desde el enfoque del análisis psicológico, transformaron lo aparentemente inofensivo en desastrosos malentendidos. Las críticas basadas en una doble tergiversación, solo puesta de manifiesto al conocerse el contexto aludido, no impidieron que Jung expresara su propia negligencia y precipitación. Tal y como apunta su biógrafo Gerhard Wehr:
La aportación de Jung a la ciencia es indiscutible, tampoco simpatizaba con el nacionalsocialismo ni era antisemita, como demuestran sus actuaciones como presidente de la Sociedad Internacional, así como ayudando de muchas formas a ciertos judíos en particular.
Su otra biógrafa, Aniela Jaffé, de ascendencia judía, incide en el siguiente juicio aclaratorio:
A principios de 1934 Jung expresa sus opiniones e ideas clara y críticamente, comenzando con su clásico seminario sobre el Zaratustra de Nietzsche impartido hasta 1939, año de estallido de la guerra, y en el que sostiene que el filósofo se había convertido en el gran profeta de lo que en aquellos momentos acontecía en Alemania.
Le seguirá en 1936 su obra Wotan, cuyo título alude a la irrupción del antiguo dios germánico en la consciencia colectiva alemana, «dios de la tormenta y de la efervescencia, un desencadenador de pasiones ávido de combate, y, además, poderoso hechicero y mago, que se haya estrechamente unido a los misterios de la naturaleza oculta». Manifestación de un arquetipo como un factor autónomo, representante de la naturaleza del nacionalsocialismo, con repercusiones colectivas y que confunde a los hombres pertenecientes a la masa, aún de aquella tan pretendidamente culta y racional como la alemana.
Tampoco ocultó a la prensa internacional su postura respecto a los dictadores y el Tercer Reich. En octubre de 1938, el periodista norteamericano Hubert Renfro Knickerbocker visita a Jung en su casa de Küsnacht a efectos de realizar una entrevista que se publicará en el número de enero de 1939 del Hearst's International Cosmopolitan. Jung describe a Hitler como un hombre realmente sin representación política sino mágica, una especie de brujo o chamán, en sí mismo insignificante, pero que refleja y vocifera el inconsciente de los alemanes. La proyección de lo inconsciente colectivo del pueblo alemán, constelado en Wotan, es vehiculado a través de un hombre idealizado y convertido en una especie de mesías.
La evaluación de todos los hechos, consecuencias y explicaciones a propósito de la actitud de Jung respecto del nacionalsocialismo, no es fácil. Tras la catástrofe de la guerra y el holocausto, la polémica suscitada entre los críticos demuestra lo árduo de una conclusión definitiva: unos lo declaran totalmente inociente, otros lo caracterizan injuriosamente. Remitiendo nuevamente a su biógrafa, no debe obviarse el factor psicológico de la sombra personal aplicado al propio fundador de la psicología analítica. Donde hay mucha luz, hay también muchas sombras:
Una serie de documentos norteamericanos desclasificados y material suizo revelado en la revista L'Hebdo informaron de una supuesta colaboración entre Jung y Allen Dulles, el cual llegaría en la posguerra a la cabeza de la CIA. Dulles habría estado en Berna a finales de 1942, siendo su misión elaborar un informe sobre el movimiento secreto antinazi en Alemania. De este modo, habría entrando en contacto con Jung, gran conocedor del alma germánica del momento. El espía estadounidense habría convencido a Jung para que recogiese informaciones útiles, convirtiéndolo, según esta revista, en el agente n.º 488 de la Agencia Central de Inteligencia Americana.
En 1938 dictó las Conferencias Terry (Terry Lectures) en la Universidad Yale, presentando su trabajo Psicología y religión. Pocos meses después estallaría la Segunda Guerra Mundial. Fue por esos tiempos cuando visitó la India, donde renovó su agenda de prioridades, guiado por la convicción de que debía prestar más atención a la espiritualidad de Oriente. Sus trabajos tardíos muestran efectivamente un profundo interés en la tradición oculta de este hemisferio y en el cristianismo esotérico y, especialmente, en la alquimia.
Ya en 1903 Jung se había casado con Emma Rauschenbach, hija de un adinerado industrial propietario de la conocida firma relojera IWC, con quien tendría cinco hijos. El matrimonio se extendió hasta la muerte de su esposa en 1955, pero no estuvo exento de momentos de crisis, sobre todo a causa de las relaciones extramaritales que Jung sostuvo con Sabina Spielrein y Toni Wolff.
Jung continuó publicando libros hasta el final de su vida, incluyendo un trabajo que muestra su interés en los ovnis como fenómeno psicológico de masas, Un mito moderno. De cosas que se ven en el cielo (1958). También disfrutó de la breve pero fructífera amistad del Padre Victor White, sacerdote católico inglés con quien mantuvo correspondencia tras la publicación de Respuesta a Job.
Carl Gustav Jung moriría en la tarde del 6 de junio de 1961, a eso de las cuatro, tras una corta enfermedad precedida por una embolia y un ataque de apoplejía, en su casa junto al lago de Zúrich, en el apacible poblado de Küsnacht, Suiza, a los 85 años de edad. Se encontraba leyendo la obra de Teilhard de Chardin El fenómeno humano. En el instante de su fallecimiento, un rayo partió el árbol donde solía descansar. El jardinero lo curó.
Tras los funerales en la iglesia de Küsnacht, Jung fue sepultado en el cementerio de la localidad. La losa lleva el escudo de la familia Jung, y junto a él, los nombres del padre, la madre, su hermana, Emma y Carl. En los frisos superior e inferior el grabado:
Los lados derecho e izquierdo la frase:
Frecuentemente se habla de psicoanálisis junguiano, pero la denominación correcta para referirse a esta teoría y a su metodología es «psicología analítica o de los complejos». Aunque Jung era reacio a fundar una escuela de psicología —se le atribuye la frase: «Gracias a Dios, soy Jung; no un junguiano»—, de hecho, desarrolló un estilo distintivo en la forma de estudiar el comportamiento humano. Desde sus primeros años, trabajando en un hospital suizo con pacientes psicóticos, y colaborando con Sigmund Freud y la comunidad psicoanalítica, pudo apreciar de cerca la complejidad de las enfermedades mentales. Fascinado por tales experiencias (y estimulado por las vicisitudes de su vida personal) dedicó su obra a la exploración de estos temas.
De acuerdo con su postura, para captar cabalmente la estructura y función del psiquismo, era vital que la psicología anexara al método experimental (heredado de las ciencias naturales), los hallazgos provistos por las ciencias humanas. El mito, los sueños y la psicopatología constituirían un espectro de continuidad, manifestando in vivo rasgos singulares, que operan sistemáticamente en las profundidades de la vida anímica inconsciente. Sin embargo, para Jung, lo inconsciente per se es, por definición, incognoscible. «Lo inconsciente es necesariamente inconsciente»— ironizaba. De acuerdo con esto, solo podría ser aprehendido por medio de sus manifestaciones.
Tales manifestaciones remiten, según su hipótesis, a determinados patrones, a los que llamó arquetipos. Jung llegó a comparar los arquetipos con lo que en etología se denomina patrón de comportamiento (o pauta de comportamiento), extrapolando este concepto, desde el campo de los instintos a la complejidad de la conducta humana finalista. Los arquetipos modelarían la forma en que la conciencia humana puede experimentar el mundo y autopercibirse; además, llevarían implícitos la matriz de respuestas posibles que es dable observar, en un momento determinado, en la conducta particular de un sujeto. En este sentido, Jung sostenía que los arquetipos actúan en todos los seres humanos, lo que le permitió postular la existencia de lo inconsciente colectivo.
El ser humano accedería a esa dinámica inconsciente en virtud de la experiencia subjetiva de estos símbolos, la cual es mediada profusamente por los sueños, el arte, la religión, la mitología, los dramas psicológicos representados en las relaciones interpersonales, y los propósitos íntimos. Jung sostenía la importancia de profundizar en el conocimiento de ese lenguaje simbólico para consolidar la preeminencia de la consciencia individual sobre las potencias inconscientes. En tono poético, sostenía que este proceso de individuación (principium individuationis) solo es viable cuando se ha dado respuesta a la pregunta: «¿Cuál es el mito que tú vives?». Consideraba, por otra parte, que estos aspectos de la vida anímica están relativamente marginados del sistema de creencias de la mentalidad moderna occidental.
A nivel teórico, el comienzo de la separación de Jung respecto de Freud se produjo cuando el primero extrapoló el concepto de libido más allá de las cuestiones netamente sexuales. La noción de libido que utilizaba el psiquiatra suizo aludía más bien a una idea de energía psíquica en abstracto (el Élan vital de Henri Bergson), cuyo origen y destino no eran exclusivamente sexuales. Jung ha sido prolífico en acuñar términos que ya son típicos en psicoanálisis, y en psicología en general, tales como: complejo (y más específicamente: complejo de Electra), introversión y extraversión, inconsciente colectivo, arquetipo o individuación.
Sus investigaciones a menudo incursionaron en terrenos como la religión (Psicología y religión, 1937) o la alquimia (Psicología y alquimia, 1944), profundizando en el estudio de conceptos tales como inconsciente colectivo, arquetipo (como fundamento para la existencia de mitos universalmente repetidos) o sí-mismo (ente distinto del yo, que alude a la integridad del sujeto y abarca tanto consciente como inconsciente). Definió, asimismo, los tipos básicos de introvertido y extravertido. La heterodoxia de este autor le ha valido juicios contrapuestos, que abarcan desde la indiferencia a la admiración.
En este sentido, su obra muestra un contraste respecto del escepticismo y rechazo freudianos a la religión. La idea de Jung de que ésta sirve como camino práctico para la individuación ha sido muy popular y aún es abordada en algunos textos modernos de psicología de la religión.
Como se ha mencionado, un concepto clave en su obra es el de inconsciente colectivo, al que Jung consideraba constituido por arquetipos. Ejemplos de estos arquetipos son la máscara, la sombra, la bestia, la bruja, el héroe, el ánimus y el ánima. También identificaba como arquetípicas ciertas imágenes concretas, como las representaciones del mandala. Para elaborar su concepto de arquetipo, Jung se inspiró en la reiteración de motivos o temas en diversas mitologías de las más remotas culturas: creyó haber hallado temas comunes inconscientes, que la humanidad reiteró apenas con ligeras variantes, según las circunstancias.
Jung expresó la importancia de los derechos individuales de cada persona en relación al Estado y la sociedad. Percibió al Estado siendo tratado como "una cuasi personalidad viva de la que todo se espera" pero que "en realidad no es más que un camuflaje de aquellos individuos que saben cómo manipularlo", y se refirió al Estado como una forma de esclavitud. Asimismo, pensaba que "el Estado dictatorial tiene, frente a la razón del ciudadano, la ventaja de que ha absorbido también sus fuerzas religiosas. El Estado ha pasado a ocupar el puesto de Dios", haciéndose comparable a una religión en la que "la esclavitud estatal es un forma de adoración". Jung observó que los "actos escenificados del estado" eran comparables a demostraciones religiosas: "Las marchas musicales, las banderas, las pancartas, los desfiles y las concentraciones de proporciones monstruosas no se diferencian en principio de las procesiones rogativas, los disparos de cañón y los fuegos artificiales para expulsar a los demonios". Desde la perspectiva de Jung, esta sustitución de Dios por el Estado en una sociedad de masas llevó a la dislocación de la unidad religiosa y dio como resultado el mismo fanatismo de la iglesia-estado de la Edad Media, en el que cuanto más "adorado" es el Estado, más libertad y moralidad son suprimidas; esto deja en última instancia al individuo psíquicamente subdesarrollado y con sentimientos extremos de marginalidad.
Se ha criticado a Jung por su presunta adhesión a un neolamarckismo. Muchas veces se le ha atribuido la noción de que los arquetipos han sido caracteres adquiridos, que luego han podido heredarse, en la línea de tesis como las de Michurin y Lysenko. No obstante, el propio Jung enfatizó que tales interpretaciones de sus postulados eran incorrectas.
Los conceptos quizás más reconocidos de la psicología junguiana son los de introversión y extraversión, manados de su teoría de los Tipos psicológicos. La misma tuvo bastante aceptación, sentando las bases para el desarrollo ulterior de pruebas psicométricas, mediante las cuales se procura valorar, en términos cuantitativos, las características psicológicas de los individuos. Las más importantes son el MBTI (acrónimo inglés de Myers-Briggs Type Indicator —"Inventario tipológico de Myers-Briggs") y la sociónica; además de la batería de test de David Keirsey.
En cuanto a los mandalas (como a otras simbolizaciones que se pueden encontrar en la alquimia, el gnosticismo, el yoga, el esoterismo y la mitología), Jung los consideraba representaciones de origen inconsciente para un proceso de individuación, es decir, para que cada ser humano cumplimente su sí-mismo (en alemán: Selbst). En este terreno, sobresalen sus trabajos en coordinación con otras figuras de renombre, como los realizados con el sinólogo Richard Wilhelm en el libro chino de yoga taoísta (o ðaoísta) El secreto de la flor de oro; o con el filólogo clásico y mitógrafo Károly Kerényi, en Introducción a la esencia de la mitología; e incluso el intercambio de ideas en su correspondencia con el filósofo budista zen japonés D. T. Suzuki.
La influencia de Jung se hizo extensiva a importantes referentes en diversos campos de la cultura, desde el pintor Wifredo Lam al filósofo Gaston Bachelard, incluyendo a los escritores Hermann Hesse (la misma es patente, por ejemplo, en la obra Demian de este último), H. G. Wells (al que llamaba su «amigo» y a quien su biógrafo Vincent Brome describe directamente como «junguiano», visible en sus trabajos Christina Alberta's Father y The World of William Clissold) y J. B. Priestley, al filólogo Ernst Robert Curtius, al psicólogo conductista Hans Eysenck, al historiador de las religiones Mircea Eliade y al mitógrafo y ensayista Joseph Campbell, ambos reconocidos deudores de la concepción junguiana.
Son reseñables a su vez los muchos cruces y paralelismos con el filósofo y psicólogo estadounidense William James. Por otra parte, según Chester P. Michael, Jung habría declarado que el Padre Henri Huvelin sería la persona que más se aproximó en toda la historia a sus métodos de dirección espiritual. Así mismo, fue inspirador y participante en los coloquios del Círculo Eranos.
Jung intentó dar base científica a varios de sus postulados, aunque en muchos casos no halló los medios para lograrlo. Tal es lo que intentaba cuando planteó el principio de sincronicidad (principio por el cual algunos pretenden explicar la supuesta eficacia de las mancias). Contrariando lo que muchos suponen, en la misma obra en que presentó esa hipótesis (Sincronicidad como principio de conexiones acausales, publicado junto con una monografía de Wolfgang Pauli, «La influencia de las ideas arquetípicas en las teorías científicas de Kepler», en Interpretación de la naturaleza y la psique), Jung descartaba de plano la solvencia metodológica de disciplinas como la astrología. Gran parte de los movimientos que en la actualidad se denominan «junguianos» (particularmente aquellos que han asimilado las creencias nueva era), defienden argumentos que estarían en abierta contradicción con las ideas originales del autor.
Jung llegó a recomendar la espiritualidad como una cura para el alcoholismo y se considera que tuvo un rol indirecto en el establecimiento de Alcohólicos Anónimos. Algunos como Bill Willson, le han atribuido un papel primordial en su fundación.
En una ocasión Jung tuvo un paciente estadounidense de nombre Rowland Hazard III, que sufría de alcoholismo crónico. Después de tratar de trabajar con el paciente durante un tiempo, Jung se dio cuenta de que no había logrado ningún progreso significativo y le dijo al hombre que su condición era desesperanzada, excepto por la posibilidad de tener una experiencia espiritual. Jung había considerado que ocasionalmente tales experiencias habían servido satisfactoriamente para reformar a los alcohólicos en situaciones en las que todo lo demás había fallado.
Hazard tomó el consejo de Jung de forma seria y se dispuso a tener una experiencia espiritual. Al regresar a su país natal, se hizo parte de un grupo de cristianos evangélicos conocido como el Grupo Oxford. Comunicó a su vez a otros alcohólicos lo que Jung le había manifestado. Uno de ellos era Ebby Thacher, un viejo bebedor amigo de Bill Wilson, quien más tarde sería conocido como el fundador de Alcohólicos Anóminos. Thacher le habló a Wilson sobre el Grupo Oxford y a través del mismo Wilson se percató de la experiencia de Hazard con Jung. De esta manera, la influencia del suizo se hizo presente indirectamente en la formación del grupo, aunque el programa de doce pasos y el movimiento en sí no es junguiano.
Entre sus principales distinciones se encuentran los siguientes doctorados honoris causa:
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